3 Tours en Marrakech: Experiencias que te restauran el alma
Recomendaciones de nuestra asesora de viajes Dafne Melken.
Todavía guardo en mi memoria el olor de la tierra roja, el sabor intenso del té de menta y la calidez de las sonrisas que se cruzaban en las calles. Marrakech, sin duda, es una de las ciudades más hermosas que he conocido. La Ciudad Roja, llena de detalles fascinantes: mezquitas que parecen susurrar historias antiguas, mercados vibrantes, callejones que invitan a perderse, calles cuidadas y familias disfrutando de pícnics en el césped, ofrece una experiencia que transforma tu forma de ver la vida.
Acompáñenme a revivir las aventuras que viví en Marrakech y sus alrededores a través de los tours que exploré.
Tour desierto Agafay al amanecer. Entre polvo rojo, aventuras y sabores
Eran las 6 de la mañana y el sol aún no asomaba. Me sorprendió, al llegar al punto de encuentro (una farmacia en la entrada de la medina), ver a la gente acomodando sus puestos con una calidez que me hizo sentir segura, algo que rara vez ocurre en mercados antes del amanecer, al menos en México. Pregunté al chofer que me dejó y me confirmó que Marrakech es una de las ciudades más seguras de Marruecos, algo que ya había percibido en otras ocasiones.
El chofer del tour me recogió puntualmente, y mientras me acomodaba en la van, me quedé dormida. Un frío inesperado para un verano en Marrakech me despertó, junto con la voz del chofer: “Ya llegamos, señorita”. Un dato curioso: en las zonas turísticas es común encontrar marroquíes que hablan perfecto español, gracias a la cercanía con España, lo que hace todo mucho más cómodo.
Al bajar de la van, me encontré con un desierto rojo, silencioso y aún sin sol, apenas interrumpido por un campamento cercano, que sería mi base para la aventura. Allí me dieron la bienvenida, me ofrecieron ropa tradicional y un paseo en camello.
Dato curioso: los camellos que se usan para estos paseos son hembras, la mayoría un poco malhumoradas, y con razón… ¡Yo tampoco querría que 20 personas me subieran encima cada día! Con un poco de cariño y caricias, accedían a dejarte montar. Yo las llamaba “Swina”, que significa “bonita” en árabe darija, el dialecto de Marrakech.
La caminata en camello duró unos 30 minutos y nos llevó al punto perfecto para ver el sol asomarse sobre el desierto. Después, regresamos al campamento, donde pude disfrutar de la piscina con vistas infinitas; al ser tan temprano, el lugar estaba prácticamente vacío.
A las 8:30 a. m. se sirvió el desayuno en un área elegantemente montada como restaurante, con clásicos árabes sonando de fondo. El menú incluía queso Edam, mermelada, Amlou (una mezcla de mantequilla de nuez, almendras, aceite de argán y miel), un huevo revuelto, Msemen (una especie de crepa tradicional marroquí), Khobz (pan marroquí) y croissants, que destacan por ser deliciosos en esta parte del mundo, junto con café y el tradicional té de menta marroquí en barra libre.
Después de deleitarme con semejante desayuno, me lancé a recorrer el desierto en un Razor, que conduje por primera vez yo sola, siguiendo a un guía especializado de habla hispana, quien con mucha amabilidad me enseñó el camino y tomó fotos y videos durante todo el recorrido. Recorrer el desierto en la moto fue una de las experiencias más emocionantes de mi vida.
Al finalizar el tour, regresé al campamento para disfrutar de un último té de menta y agua, mientras esperaba mi transporte de regreso a Marrakech, con la sensación de haber vivido un amanecer que nunca olvidaré.
Cascadas de Ouzoud: Monos, senderismo y agua fría
Comenzó esta segunda aventura con un chofer muy amable, que me enseñaba palabras en árabe mientras nos acercábamos a nuestro destino: ¡las cascadas de Ouzoud, la segunda más grande de África!
Al llegar, lo primero que hice fue caminar a través de una ciudad con escuelas, parques y mucha gente local. Tras cruzar unos callejones angostos, llegué a la entrada, donde me encontré con los macacos de barbería, los simios locales de las cascadas. El guía me explicó que su pelaje ha cambiado con los años debido a la comida que reciben, principalmente cacahuates, de los turistas. Nos recomendó que, si queríamos cuidar a los monos, lo mejor era no alimentarlos ni tocarlos, pues sus conductas se han visto alteradas por el constante contacto con visitantes. Aun así, resulta difícil resistirse: los monos están tan acostumbrados que se acercan sin miedo, y si te descuidas, te roban como buenos pillos, recordando al simpático personaje de Aladdín.
Descendí por caminos irregulares —a veces anchos, a veces angostos— hasta llegar a la base de las cascadas. En el recorrido me crucé con vendedores, burros y pequeños riachuelos que nacían y se unían al cauce principal. Allí me esperaban grandes balsas, que por apenas 20 dirhams (unos 40 pesos mexicanos), te acercan al pie de la cascada, donde la brisa refrescante te empapa con la fuerza del agua. Para los más aventados, como yo, también existe la opción de nadar en las frías aguas del lugar. Pasé alrededor de 40 minutos disfrutando de ese paraíso natural.
Después, fui a un restaurante donde, por 100 dirhams (unos 200 pesos mexicanos), servían un menú completo que incluía un litro de agua, un plato de melón árabe (naranja por fuera, blanco por dentro y muy dulce), un delicioso tajín con verduras y proteína a elección (pollo, res o solo verduras), khobz y papas fritas, que nunca faltan en la comida marroquí.
Con el estómago lleno y el corazón contento, ascendí de regreso hasta el inicio, despidiéndome de una de las maravillas naturales más hermosas de África.
Valle de Ourika: entre montañas y tradiciones
Muy arriba, en las montañas se encuentra este hermoso valle, que me recordó a la Marquesa en el Estado de México, pero con un encanto único. El camino está lleno de vida: puestos de comida al pie de la carretera, puntos estratégicos para tomarse fotos con camellos y probarse ropa tradicional.
Al llegar, me encontré con un valle atravesado por canales de agua cristalina que bajan directamente desde la cima de la montaña. A la orilla del río se extienden numerosos restaurantes pintorescos, decorados con mesas bajas y cojines al ras del piso, donde uno puede recostarse con calma y disfrutar de la comida tradicional marroquí: tajín humeante, papas fritas, pan khobz recién horneado y hasta dos litros y medio de refresco para acompañar. Todo coronado con el imprescindible té de menta marroquí, dulce y refrescante.
Mientras comes, músicos y artesanos locales se acercan a las mesas para compartir su arte, y no falta quien se levante a bailar al ritmo de los tambores. Entretanto, puedes sumergir los pies en el agua del valle, dejando que la corriente fría y clara acaricie la piel, mientras la tarde transcurre lentamente entre risas, música y sabores.
Al caer el sol, llega el momento de regresar a la vibrante ciudad de Marrakech, con el corazón lleno de calma y alegría, listo para disfrutar de una comida callejera nocturna antes de ir a dormir.
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